domingo, 25 de marzo de 2012

Evangelio comentado. Quinto domingo de Cuaresma

Para este quinto domingo, el comentario sobre el Evangelio de San Juan nos lo ofrece el Padre Dr. Luis Sánchez Francisco, M. Id. Director del Secretariado Diocesano de Pastoral Universitaria

- V Domingo de Cuaresma -

Lectura del santo evangelio según san Juan 12,30-33.

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos
que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".

Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora!

¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".

Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.

Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".

Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.


Palabra del Señor.

Comentario al Evangelio del Domingo V de Cuaresma

En este quinto domingo de Cuaresma podríamos – en medio de tantas celebraciones y eventos – considerar que Dios no es un objetivo a alcanzar, no es un premio o algo con lo que tratar al final de la vida sino que es una presencia que hay que tener muy en cuenta. Momento apasionante en la vida, de libertad, cuando reconocemos su presencia, que Él es Dios, no yo. Así no podremos dar por sentado el derecho a dominar a nuestro cónyuge, ni a formar a nuestros hijos a nuestra imagen y semejanza, ni a las rabietas en el trabajo, ni a las exigencias respecto de empleados o compañeros, ni minusvalorar a nadie. ¡Todos ellos tienen a Dios también, y no soy yo! La humildad de esta realidad es fundamento de serenidad interior, liberación de las “ambiciones del yo”. El rabino Ibn Gabriel decía “la ambición es esclavitud”. Napoleón Bonaparte (que debía saberlo bien) decía: “En el mundo sólo hay dos poderes: el poder de la espada y el poder del espíritu. A largo plazo, la espada será siempre conquistada por el espíritu”. Es un pensamiento importante, en especial cuando tantos de nosotros nos vemos atrapados en la dialéctica de esos dos poderes. El poder nos gusta, y gastamos un montón de tiempo, energía (y de dinero) en conseguirlo.

Aceptar dirección/acompañamiento es parte del crecimiento. Nos hace atravesar el bosque la primera vez para que después podamos encontrar el camino por nosotros mismos y ayudar (dirigir/acompañar) a otros. Lo aceptamos en casi todas las esferas de la vida, pero rara vez en la vida espiritual y siempre que alguien no consigue crecer espiritualmente, el mundo es más triste. El crecimiento depende de lo que se aprenda de los demás.

“Donde dos o más estéis reunidos en mi nombre, –nos dice Cristo– yo estoy en medio”. Él es el Maestro que nos enseña, que pasó por primera vez por la muerte… y resurrección, que nos enseña y acompaña a dialogar con nuestro Padre. La madurez espiritual es tan real (y necesaria) como el desarrollo biológico, la capacidad física, la educación intelectual y emocional. Esta madurez es con demasiada frecuencia ignorada y confundida con las “prácticas piadosas, movimientos de masas, o bondades espirituales”. Aún peor, la inmadurez espiritual es pasada por alto en el diagnóstico del fracaso profesional, la perturbación social y el colapso psicológico. Todo el mundo tiene algo que aprender de alguien, y aprender nunca es fácil. Cristo, nuestro Maestro, nos sorprende continuamente, nos salvó con su muerte y resurrección. Pero pocas veces (¡incluso los cristianos!) somos conscientes de que nos ha rescatado especialmente, de la permanente esclavitud del pecado. Lo demás (purgatorio, infierno) son consecuencias futuras, pero la mayoría de los mortales estamos tan ocupados con los afanes del mundo, que sólo comenzamos a preocuparnos cuando sentimos que la vida se nos escapa. Desde un punto de vista práctico, lo importante es esta liberación, la podemos conseguir ya, ahora mismo. Se necesita humildad para encontrar a Dios donde no esperamos encontrarlo.

Una cosa es reconocer la presencia de Dios y el valor ajeno, y otra enteramente distinta admitir lo que no somos, estar en paz teniendo menos de lo que queremos, y dejar de aparentar, incluso ante nosotros mismos, que somos lo que hemos inducido a los demás a creer que somos. Es la tiranía del perfeccionismo y el peligro de la codicia y del autocontrol. Ambos ponen la felicidad fuera de alcance justo cuando podemos sentirnos más tentados de pensar que la hemos finalmente alcanzado. Por eso Cristo nos ayuda y nos da el modelo: “Sed perfectos como vuestro Padre celeste es perfecto”. ¡Imposible! Lo sé, pero por eso he dado la vida-nos dice. “No hay mayor prueba de amor que dar la vida por el amigo”. De eso precisamente te salvo, amigo, por amor a ti, de esa imposibilidad. Yo estoy en ti, conmigo es posible, ahora, luego, mañana, siempre. Y por amor a mi Padre Celeste y obediencia a El, acepto-elevo a sobrenatural- el que tu puedas, por amor, dar la vida por nuestro Padre, y si la das por nuestro Padre, la das por la humanidad.

Por el contrario al no aceptarnos como somos, reconocernos realmente como somos (y no contar con Cristo) desarrollamos la terrible necesidad de controlar a los demás. Después de todo, lo que no podemos aceptar en nosotros, nunca podremos tolerarlo en los otros. Las luchas que ocultamos son las luchas que consumen nuestras energías y nos amargan la psique, que se convierte en la sombra perseguidora de nuestro espíritu. Una vez que asumimos nuestra esencial pequeñez, quedamos liberados de la necesidad de mentir, incluso a nosotros mismos, sobre nuestras fragilidades, y podemos iniciar a salir de ese mundo fantasmagórico, de la caverna de imágenes desfiguradas y a menudo manipuladas.

Es en el silencio interior (momentos para oír la presencia de Dios: oración) donde brota la humildad, que atempera la arrogancia y nos hace amables. Al conocernos mejor a nosotros mismos, podemos tratar más amablemente a los demás. Sabedores de nuestras luchas, reverenciamos las suyas; sabedores de nuestros fracasos, sentimos una reverencia ante sus éxitos; tenemos mucha menos prisa por condenar, mucha menos tendencia a alardear, muchas menos ganas de castigar, mucha menos certidumbre de nuestras certezas.

Silencio del famoso grano de mostaza evangélico que en tierra cae, muere, (resucita) y se hace creativo, fecundo. Que leeremos en el Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma. El silencio es creativo. Cristo permanece con nosotros en silencio bajo el pan y el vino, vivificándonos. La Eucaristía es el medio normal que Cristo ha previsto para incrementar nuestra madurez espiritual, nos ayuda a crecer y vivir con Él la creatividad relacional con los demás.

Aceptar y reconocer la presencia de Dios en mi para disolver esa tendencia que tenemos a veces de pensar que las relaciones humanas son simples, y la vida espiritual compleja. Enseñamos que vivir con otros es normal, y que llegar a Dios es difícil, que experimentar a Dios es la parte brumosa, misteriosa, difícil y oculta. Pero es justamente lo contrario. Como Dios está en todas partes, está sin lugar a dudas aquí. Ahora. Siempre. Conmigo mientras escribo. Contigo mientras lees. No tengo que realizar unos esotéricos ejercicios para ganarme a Dios. No tengo que pasar por pruebas y hacer cosas difíciles, ni probar mi valía, ni hacer raras penitencias para volverme perfecto a modelo mío o por otro inducido, sino, sencillamente, tengo que vivir en su Presencia… y actuar con El.

Viviendo conscientemente como hijo en presencia de Dios Padre (no en la imagen que tantas veces nos hemos o nos han formado de un Dios que no es el Padre de Jesucristo), comienzo a ver a través de los ojos de Dios y vivo el plan de Dios. Me convierto en contemplativo, que no quiere decir pasivo. Si me permito a mí mismo sumergirme en Dios, súbitamente la vida real, auténtica, la necesidad del otro, se vuelve visible. El Amor ya está actuando, la humildad (con Dios vivida en su presencia) me conecta con el mundo y hace que el mundo esté en conexión como un espacio bueno y agraciado. La humildad nos tranquiliza y tranquiliza a los demás; la humildad inspira y reafirma, enriquece y faculta. La humildad nos proporciona felicidad y da al mundo el don de la paz, la Cristo nos dona, la eterna. “El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevando a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna”. (De la carta a los Hebreos de la segunda lectura del V Domingo de Cuaresma).

Dejemos que la Presencia de Dios Padre (oración), de Cristo (Eucaristía) y Espíritu Santo (Evangelio) acompañen nuestra vida. Ellos nunca están en crisis, dejarles actuar es gratis.


ORACIÓN:


Te suplicamos María,
Madre de la Vida Mística:
Que intercedas:

Como hija del Padre,
por la Humanidad:
por los que han perdido la fe.

Como madre de Cristo,
por la Iglesia:
por la santidad de todos sus hijos.

Como esposa del Espíritu Santo
por nuestras necesidades:
personales y familiares.

Amén.

P. Dr. Luis Sánchez Francisco, M. Id
Director del Secretariado Diocesano de Pastoral Universitaria
p.universitaria@obispadocadiz.org

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