domingo, 20 de marzo de 2011

Evangelio comentado. Segundo domingo de cuaresma.

Para este segundo envío, el comentario sobre el Evangelio de San Mateo nos lo ofrece el seminarista y hermano de nuestra Cofradía Juan José Galvín Gil.

Queremos agradecer la participación de todos los colaboradores e informaros que la misma esta abierta a todos los hermanos y devotos que quieran participar aportando su comentario.


- DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA -

EVANGELIO Mateo 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta.

Allí se transfiguró en su presencia y su rostro resplandecía como el sol
y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve.

Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús.

Entonces Pedro dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es estar aquí! Si quieres, haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando cuando
una nube luminosa los cubrió con su sombra,

y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco; escuchadlo».

Al oír esto, los discípulos cayeron en tierra, llenos de gran temor.
Jesús se acercó y tocándolos les dijo:
«Levantaos, no temáis». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús.

Cuando bajaban de la montaña Jesús les mandó:
«No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que
el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».


Reflexión.

Una idea esencial recorre esta sección del evangelio de Mateo: Jesús es el Hijo de Dios, en quien se complace; él es la última palabra que debemos escuchar. Más allá de la transfiguración material de Jesús debemos ver qué mensaje de fondo nos presenta Mateo.

Se nos habla de una elección que Jesús hace para con sus apóstoles, escoge a tres y se los lleva a una montaña alta, lugar bíblico (presente sobre todo en el Antiguo Testamento) de las manifestaciones de Dios al hombre y espacio que Jesús emplea para su oración personal con el Padre.

En este contexto de revelación se les aparecen a los apóstoles Moisés y Elías. Debemos tener en cuenta qué representan ambas figuras en este pasaje:




· Moisés: condensa en sí mismo toda la Ley dada por Dios.
· Elías: aúna en él todo el profetismo, la revelación de Dios por los profetas.

Es entonces cuando viene el hecho central. Una nube (elemento exegético para significar la manifestación de Dios) cubre a estos tres personajes: Moisés, Elías… y Jesús. Dios Padre interviene ahora directamente revelando la verdadera identidad de Jesús, las mismas palabras que podemos ver en el bautismo de Jesús, Mt 3, 17: «este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco; escuchadlo». Ya no puede haber duda alguna sobre quién es Jesús, el propio Padre comunica a la humanidad quién es Jesús.

Ante este hecho los discípulos caen en tierra y… ¡solo ven a Jesús! ¿Qué quiere decir esto?

Contemplamos la escena situando a un lado de Jesús a Moisés y al otro Elías, se da la transfiguración y sólo vemos (inmersos nosotros en la situación de los apóstoles) a Jesús. Jesús aúna, concentra y asume en su persona toda la revelación de Dios para con el hombre: la ley de Moisés y el profetismo, representado en Elías. Es en él donde todo toma forma y cumplimiento. Jesucristo es la última Palabra pronunciada por Dios Padre y sólo en él todo cobra sentido.

Todo esto nos hace caer en la cuenta a nosotros, cristianos del siglo XXI, de la centralidad que debe tener en nuestra vida Jesucristo. No puede haber otro camino que no sea el mismo Jesucristo, su persona, su vida… una vida en la que Dios se revela plenamente. Si nos quedamos en la Ley, en lo legal… perderemos el sentido que tiene la entrega de Jesucristo; si nos aferramos a lo profético, a lo que de Jesús se ha dicho, y no somos capaces de ver que en su vida se cumple el amor que Dios nos tiene… tendremos una visión sesgada de la fe.


Oración.

Te pedimos Padre que ilumines nuestra mente, abras nuestros oídos y purifiques nuestro corazón para que sepamos ver que sólo en tu Hijo Jesús está la verdad, sólo en él está la verdadera ley, la ley del amor.

Concédenos poder conocer y amar más a Jesús para seguirle fielmente. Que sepamos discernir los signos de los tiempos y anunciar a Jesucristo con nuestra vida, dando lo mejor de nosotros a todos los que necesiten de ti. Que siempre te anunciemos y proclamemos tu evangelio y no nuestras ideas o pensamientos.

Que María, ejemplo de fidelidad y entrega sin medida, nos lleve en sus brazos a Jesús.

Juan José Galvín Gil, seminarista.

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